jueves, 16 de septiembre de 2010

¿Qué queda por fuera de una obra?

Todo y nada. Las obras de arte deben mantener una autonomía sobre el tema y queda sólo a discreción del autor su preponderancia sobre el detalle y el todo de la misma. La obra habla desde sí misma, tiene cuerpo, voz, gesto. Es a partir de ella que yo puedo expresar mi gusto o crítica. El autor opta por dar una versión de los hechos cuando su obra se ha gestado desde una historia, en este sentido, bien valdría mencionar estas palabras de Jacobo Levi Moreno, el creador del psicodrama: “La objetividad es la subjetividad de los hipócritas”.

Siento que el novelista inglés Julian Barnes, cuando hace su ensayo sobre el cuadro de Gericault “El naufragio de la Medusa”, no es más que un hombre domesticado por la necesidad del arte como mímesis. Reclama ver la historia en la bidimensionalidad,  comprobar desde las evidencias, como cualquier contralor, veedor o interventor de nuestra modernidad colombiana. Lo que es peor, nos quiere llevar a eso, cuando antes de hablar del cuadro, nos da a conocer la historia que sirvió, tal vez, como impulso creador del pintor francés. De esa manera, nos ubica dentro de una categoría que él llama de “ojo informado”, que no es más que el ojo regulador de la obra, que sopesa qué tanta fidelidad existe entre la obra como ficción y la realidad cotidiana.

Prefiero tener otros ojos, los del “ignorante”,  segunda categoría de espectadores que considera Barnes. No saber la historia y extraer mis pensamientos desde ella. Entrar en el juego seductor de la narración, que ella misma me cuente cosas, movilice mi espíritu, me haga sentir y que luego los críticos se rompan la cabeza para decir algo o con la misma la destruyan, pero sin exigencias ni cuentas por cobrar.

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