lunes, 20 de septiembre de 2010

Interior

Así se llama una de las obras de teatro de Maurice Maeterlinck. Igual que en otras ocasiones, este dramaturgo nos crea una advertencia sobre la confluencia permanente entre estar dentro (seguridad, tranquilidad) y fuera (dolor y violencia). Los extramuros representan, de cierta manera, un nivel de riesgo superior que estar en el centro. Allí está la luz, el calor. Estas dos (interior y centro) son las tensiones que posibilitan la narración del film “El sol del membrillo” de Victor Erice considerada por la cinemateca de Ontario como “la mejor película de la década de los 90”. Merecedora del Cannes en el 92.

Con pasmosa tranquilidad Erice nos relata un interior en el que abunda el silencio. La anécdota del film es sencilla: Un pintor de nombre Antonio López intenta pintar un árbol de membrillos. Visto de esta manera podría decirse que la película no dice mucho y es cierto. La palabra queda ajustada a frases contundentes, mientras nosotros como espectadores debemos entrar en una especie de meditación frente a lo que acontece. Igual que en Maeterlinck, la acción es limitada. La diferencia está en la palabra. Erice dedica una buena parte al gesto, por eso no dice mucho a través de las palabras.

Pienso que la obra de arte es justamente eso, un gesto, un trazo que nos conecta con el mundo interior y silencioso del artista. Mientras en el mundo exterior se da posiblemente una guerra, nosotros, en el estado meditativo de López, debemos buscar la luz, el color, el olor de nuestra testarudez: un árbol de membrillos.

Erice nos muestra la construcción de un muro que dura tanto como el mundo interior del film, es decir, casi seis meses. El límite nos ayuda a pensar en la necesidad de aislamiento del ser humano que intenta crear, para des-ligarse del mundo y re-ligarse con lo mítico.