Después de volver a ver Ocho y ½ surge un pensamiento expresado en 300 palabras.
¡Por su salud dottore!
Con esa frase uno de los carpinteros de la producción realizó un brindis por Fellini cuando aún no había iniciado el rodaje de Ocho y ½ y él sentía que estaba en graves problemas de creatividad. El crítico Hollis Alpert, relata el momento en que después de mucho tiempo el director italiano encuentra el corazón del film “Contaría con exactitud lo que me sucedía. Lo convertiría en el filme de un director que ya no sabía que quería hacer” (Alpert, 1988:191). La creación está en nuestro interior.
Woody Allen o Wells también lo descubrieron. El cine es como un psicoanálisis, sólo que en lugar de diván existe una cámara. Pero ese análisis también se genera en nosotros como espectadores, tal como lo dice Cabrera Infante, al afirmar que la pantalla sobre la que se proyecta la película, además de ser reflectiva es reflexiva. Más de 100 minutos del film no sólo me permitieron experimentar el conflicto (podría incluso decir tormento), de Guido (Fellini) al no poder concretar una idea, sino que, a manera de proyección del héroe, fui protagonista del mismo. Atravieso por un momento similar frente a la creación.
¿Y cómo no, si quien funge como director (yo en artes escénicas) es declarado, como Guido, capitán, comandante y hasta profeta? Recuerdo que Kusturika señaló a los directores cinematográficos como los únicos responsables del film.
Fellini fue señalado, según Alpert, de charlatán, ambicioso, payaso, monstruo, poeta, mago y genio. Pienso que no existiría una descripción más exacta y completa de quien afronta la labor de creación, razón por la cual debería ser educado a estar en silencio, como lo dice algún personaje en tono irónico. De todas maneras, Fellini también era considerado “un encanto” según lo dice Luisa directamente a la cámara en la escena del Harem.